Este domingo salí a comer, que es una costumbre muy fea que tengo yo y que va en contra de todos los criterios que sustentan el capitalismo. Que lo sepan.
Estuve unas horas fuera y para cuando volví ya se había preestrenado una serie en Internet, habían aparecido diversas críticas y el autor había contestado a algunas de ellas. Luego nos extrañamos de que sólo los abuelos de pueblos perdidos en China lleguen a los cien años: a nosotros no nos hace falta tanto tiempo; nosotros vivimos la vida en .rar.
La serie es Ciudad K, de José Antonio Pérez, conocido autor de Mi Mesa Cojea y colega de portada de blogs en los tiempos de Público. Sólo un vasco como este señor aceptaría un proyecto que podría definirse como: “programa de humor para canal cultural”.
La premisa es una ciudad donde todo el mundo es cultísimo e inteligentérrimo. Aunque no sabemos si hay auténtica devoción por Faulkner:
Este punto de partida es a la vez una ventaja y un lastre, porque las comparaciones son muy rudas y, en mi caso, puso las expectativas muy altas. Así las cosas, magnifica uno la percepción de factores como fallos de ritmo presentes en el piloto, entendido éste como episodio de pruebas y no como Fernando Alonso.
Otro pero que quiero ponerle es el gran riesgo que se corre de ser repetitivos, de que se gaste pronto el factor sorpresa de que hasta las modelos de Ciudad K tengan un premio Nobel. En ese sentido, si el guardia de tráfico está leyendo un libro de expresionismo, se pierde naturalidad y se anticipa la ruptura. Engañadnos un poco más, presentadnos al tonto del pueblo. ¡Haced que se parezca a Punset!
Con todo, aquí viene la parte en la que me alegro de haber salido a comer, porque a mí regreso el autor ya daba por anotadas esas “erratas” y prometía su corrección. Y recordé así que el piloto es una especie de banco de pruebas en la que tenemos que ver las potencialidades que tiene un producto para convertirse en algo grande. Y de eso Ciudad K anda sobrada: el cura es un personaje redondo, Amor cuántico promete ser un culebrón tan mítico como Todos sus circuitos y tiene sus propias señoras que..., concepto de probada capacidad humorística. Por aquí gustó mucho el misterio de las columnas dóricas, que seguro que guarda relación con la estatua destruida de la isla de Lost, otra serie de mucha risa.
Por la reacción de la blogosfera, se ve que tenemos ganas de programas de humor en el que el chiste no se sustente todo el rato en la nariz de Belén Esteban o en Falete, por mucho que ambos contengan buenos materiales sobre los que construir las bromas. Humor inteligente de verdad, no como expresión para sentirnos a gusto con nosotros mismos. Y esto lo necesitamos más que la Duquesa de Alba al suavizante.
¿Lo ven?
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