2.2.11

El día que la Coixet me emocionó

Lo cierto es que no es la primera vez que ocurre. Pero las emociones que provocó en mí A los que aman no son del mismo palo que las del la tribuna de hoy de Isabel Coixet en El País: Si estás muerto, ¿por qué bailas?

 El cartel de A los que aman les salió de culo. Marketing coherente.

Sin embargo, ambos casos tienen un importante punto en común: la autocrítica. Porque por aquella película pidió perdón y la tesis del texto es que el cine actual está haciendo las cosas mal. Ojo, en todo el mundo. Que somos unos chovinistas de las cosas mal hechas.

El artículo me ha hecho sentir viejuno y nostálgico de la emoción de ir a una sala de cine. Si escribiera esto con una copa de vino delante, tendría asegurado un trabajo en Intereconomía. Coixet menciona la falta de motivación de algunos a la hora de buscar una excusa para hundirnos en la penumbra de una sala de cine. Sobre todo desde que hay coches y probadores mixtos en El Corte Inglés.

Yo me encuentro entre los desmotivados. Salvo honrosas excepciones, la sensación es que, en vez de pagar una entrada a la semana o dos, por aquello de tener con quién comentar de camino a casa y por aquello de que te dejen volver a esa casa... En lugar de esos gastos, digo, resulta más económica la cuota de Digital +. Y la de Internet no digamos. Por no mencionar las emisiones de la TDT, con sus canales de audio duales y sus subtítulos incorporados para los más tiquismiquis.

Quiero quedarme con este punto de la reflexión de Coixet. Acudir a una sala de cine se ha convertido en un producto "premium" con muy poco valor añadido y con tantos inconvenientes como entradas vendidas para la misma sesión a la que tú acudes. Hace poco lo dije en Twitter: "iría más gente al cine si no fuera por la gente que va al cine". Ahora me cito a mí mismo... en serio, ¿por qué aún no tengo mi propio programa de televisión?

No estoy en contra de las subvenciones a la cinematografía, de igual forma que no estoy en contra de apoyar económicamente cualquier otra iniciativa empresarial. Sin embargo cada día parece más claro que están mal planteadas. Financiar una película que va a acabar ajena a su público en un almacén llena de polvo (por fuera y, según mi abuela, también por dentro), no le sirve a nadie que no sea un productor parásito del sistema de ayudas. Será inútil a su equipo artístico que no tendrá un escaparate para su trabajo que le abra las puertas del siguiente, especialmente cuando la industria sigue viendo cualquier ventana de exhibición ajena a las clásicas como un enemigo. Y desde luego será un derroche para nosotros los contribuyentes, productores asociados anónimos que vemos cómo nuestra inversión no tiene retorno alguno: ni económico, ni social, ni cultural.

Indiana Jones 4 empezaba en el almacén de la Academia de Cine. Lo cambiaron por un tema de derechos de autor, claro.

Según el Ministerio de Cultura, el año pasado se estrenaron 132 películas españolas, lo que, por cierto, significa que se rodaron muchas más. Con suerte, un espectador normal sería capaz de mencionar una docena, aproximadamente. ¿Qué pasa con el resto? Desconocemos incluso la existencia de cintas que podrían ser nuestro thriller favorito o comedias que acaso contienen la línea más graciosa que hemos oído en nuestras vidas. También de bodrios, claro. Pero defiendo que cada película debe juzgarse individualmente, sin tener en cuenta su país de procedencia. Los que esgrimen la superioridad del cine americano ciegamente no tienen en cuenta el volumen de producción al que se refieren. Imaginen que si aquí llegan películas como las de Antena 3 a mediodía, lo que se queda al otro lado del Atlántico haría buena a la peor de las españoladas, entendidas como género, no como nacionalidad de origen de una película.

Les recuerdo que el "cine español" no es un género, sino un conjunto heterogéneo. Es injusto meter en el mismo saco a Balada triste de trompeta, Tres metros sobre el cielo, No controles y Campamento Flipy. Y eso que Garci no estrenó nada el año pasado. Quizá un pijama de franela.

Lo que quiero decir es que tenemos que seguir financiando la creación de películas, porque si no hay producto, no hay discusión posible. Pero es necesario que hagamos más incidencia en enseñar y ayudar a los productores a vender sus películas. A motivarnos. Que si los espectadores no secundamos un estreno no sea porque lo desconocemos. Me niego a creer que Ángel o demonio pueda batirse cara a cara en audiencias con el estreno en abierto de La jungla 4.0 y que esos mismos espectadores rechacen de plano las propuestas nacionales para la pantalla grande. Salvo que sólo sepan de los estrenos de Don Mendo Rock o La venganza de Ira Vamp.

Por encima de todo, tenemos que llevar a los espectadores a las salas. Eso lo conseguiremos con películas interesantes y atractivas, claro, pero también incentivando el consumo. Hay que echar una mano a los exhibidores, aunque sea al cuello. Porque los precios de las entradas me recuerdan a la clásica actitud de "como vendo poco, voy a subir el precio" que tan buenos réditos ha dado a la industria musical y al bar de torreznos que acaban de cerrar en mi barrio.

Algo falla en unas subvenciones que a menudo sirven para sufragar la compra de entradas en taquilla para que la película llegue al mínimo necesario para ser acreedora de subvenciones. Y mientras Alemania se lleva a nuestros ingenieros, Hollywood reclama cada vez más a esos creadores españoles que hacen películas que no le interesan a nadie. O eso dicen los mismos que le dan un programa de cine a Juan Manuel de Prada. Entre otros.