Todo el mundo necesita un osito de peluche al que contarle sus problemas. Especialmente si esa persona es la chica que te gusta y tú eres un pringao.
Ejem. Dicen. Er... no es que yo lo sepa por experiencia propia.
Lo que es bueno para las y los adolescentes con exceso de hormonas, también es bueno para los programadores informáticos. Rob Pike y Brian W. Kernighan lo demuestran en en La práctica de la programación (The practice of programming). En el capítulo que dedican a cómo depurar código, uno de los puntos recomendados es "explicarle tu código a alguien". En su experiencia, como en la nuestra, muchas veces basta contarle tu incidencia al técnico para que la respuesta acuda a tu mente: "¡Oye! ¿Te acuerdas de cómo se hacía la derivación parcial de... vale, ya".
Pero tengamos en cuenta que hablamos de un departamento de programación, concretamente el de Princeton. ¡Informáticos! ¡Los informáticos no hablan entre ellos! Ni con otros seres vivos que no estén hechos de ceros y unos, si pueden evitarlo. Lo mismo que los blogueros, pero entendiendo cómo funcionan las cosas.
Para solucionarlo, los autores explican en su libro que en el centro de computación de su universidad tienen un osito de peluche junto al escritorio del tutor. Los alumnos están obligados a contarle sus problemas de programación al muñeco antes de hablar con el encargado humano.
Un porcentaje muy bajo de estudiantes pasan del guardián de trapo.
Asorey me puso sobre la pista de esta historia y el mérito es suyo.