"¡Tengo un cabreo de cojones y no pienso aguantarlo más!". Disculpen la traducción libre, pero esta es la esencia del famoso discurso del personaje de Peter Finch en
Network.
Es en este monólogo de 1976 donde empieza
The Newsroom, la esperada aventura conjunta de la HBO y Aaron Sorkin.
La secuencia de arranque de la serie es clara heredera de la escena de la película de Sidney Lumet: Will McAvoy (Jeff Daniels), es un presentador de noticias al más puro estilo Matías Prats. Es un rostro amable y familiar y del que el público se fía porque tiene una reputación ganada a base de no equivocarse nunca porque nunca se ha mojado. Hasta que un día estalla y Aaron Sorkin pone en su voz lo que piensa de la situación política y periodística de Estados Unidos.
Aaron Sorkin tiene algo de despotista ilustrado. Desde
El presidente y Miss Wade hasta
The Newsroom, viene iterando con la imagen del o los líderes que él busca para su país. Políticos, periodistas, empresarios e incluso, Pablo Motos nos libre, guionistas de comedia con una inteligencia sobrehumana que apadrinan al pueblo americano y le guían en el camino hacia la auténtica democracia. El final del despotismo sorkiniano sería el mismo que el del ilustrado del siglo de las Luces: el derrocamiento de las clases dirigentes en aras de una profundización de los valores democráticos.
Juego de Tronos es naturalismo del duro comparado con la fantasía que destila una serie de Aaron Sorkin. Son mundos en los que vemos reflejados cómo deberían de ser las cosas, o al menos cómo nos gustaría que fueran. Hablo en plural porque se ha paseado por varias cadenas y sus criaturas no pueden coexistir, pero el universo creativo por el que se mueven es tan coherente que sería totalmente natural ver a McAvoy entrevistando a cualquier personaje de
El ala oeste. Hay una sensación de vuelta a casa cuando se ve el piloto de
The Newsroom.
Emily Mortimer y Jeff Daniels, porque un buen guionista no crea personajes guapos, sino atractivos.
Los personajes listillos y los walk and talk, esos diálogos vertiginosos mientras los personajes recorren distancias kilométricas en un mismo edificio, no son la única herencia de la primera legislatura del presidente Bartlet. The Newsroom también es una comedia efectiva, como pasa siempre con las series de Sorkin. Excepto los sketches de Studio 60.
Las excentricidades y torpezas sociales de sus genios hacen reír y aflojan la propaganda y la soflama que nos cuela en cada capítulo. Porque si Billy Wilder decía que si quería transmitir un mensaje, escribía un telegrama, Sorkin respondería que en un telegrama no le entra ni la introducción de lo que nos quiere decir.
Y puede hacerlo porque sabe cómo. Porque los diálogos vuelan y no se atascan por densos que sean el tema o la argumentación. Porque las historias están tan bien estructuradas que se ha podido pasar años creando suspense en torno a cosas como la aprobación de una ley sobre los parques nacionales americanos. Porque los personajes, aunque sean tan intercambiables como los protagonistas de varias películas de Howard Hawks o George Cukor, son tridimensionales y están cargados de defectos entrañables que los humanizan. Queremos saber más de ellos hasta el punto de que los guionistas no necesitan colarnos
ciliffhangers para que estemos deseando ver el siguiente capítulo. Y cuando los cuelan, como en el tercero, lo hacen con tanta clase que para cuando te das cuenta es demasiado tarde para soltar un bufido.
A
The Newsroom todavía le queda mucho recorrido para ocupar el lugar de El ala oeste en nuestros corazoncitos de fans. Pero en estos tiempos de medios de comunicación que cierran o de informativos que cambian reporteros por vídeos de YouTube y comentarios de Twitter, necesitamos que alguien nos diga que las cosas pueden hacerse de otra forma, que otro mundo es posible. Aunque sea en la ficción.