Si hay algo que le gusta a la gente que trabaja en los medios de comunicación... hum... no, no puedo construir una frase así sin mencionar la cocaína, el sexo grupal o la nueva revista de Hello Kitty.
Dejando aparte lo anterior, matar gatitos y tratar de conquistar el mundo, los medios de comunicación tienen afición a ser catastrofistas. Lo hemos visto con la gripe A, el estatuto de Cataluña y Eurovisión. Según esto, el porcentaje de acierto de esta actitud es de apenas un 33% (¿verdad que no necesitan que entremos en detalles?).
Les gusta tanto anticipar el Apocalipsis que últimamente son capaces hasta de pronosticar su propio fin. Y algunos, hasta lo hacen con gracia:
¿Qué hay de verdad en esto? Nadie lo sabe, seamos serios. Lo que sí sabemos es que el soporte en papel es muy caro y cada vez hay menos gente interesada en pagar por una información que puede conseguir gratis en Internet. La irrupción del Kindle y sus primos en el mercado de la prensa escrita lo va a poner todo patas arriba y ahora sí que el único motivo para seguir vendiendo diarios en soporte de celulosa será poder regalar edredones.
Aunque los porcentajes harían sonrojar a los más agoreros, también es cierto que el espectador convencional de televisión ha iniciado su declive. Las audiencias prefieren descargarse de la Red sus programas favoritos, libres de cortes publicitarios y, en el caso de formatos extranjeros, a una velocidad que ninguna cadena comercial sería capaz de afrontar.
Los menos tecnificados optan por el sencillo método de grabar la emisión y hacer un visionado posterior evitando los anuncios. Un grabador digital te permite cenar tranquilamente y luego poner tu serie saltándote los descansos y llegando a tiempo para ver Buenafuente, porque puedes acabar a la vez que la emisión gracias a la tecnología de grabación y reproducción no lineal. Y también puedes parar si tienes pis (ríanse, pero verán la importancia que cobra esta funcionalidad cuando TVE asuma su nuevo modelo de financiación).
Todo esto hace que el seismo de Wall Street parezca el temblor producido por una batidora en comparación con lo que se le viene encima a la Avenida Madison, que es dónde se concentran tradicionalmente las agencias publicitarias en Nueva York. Una sacudida que tiene que ver con la crisis económica pero también con una crisis mucho más amplia y entendida como momento de cambio.
La industria de la publicidad no puede mantener su status quo en el nuevo marco de los medios de comunicación basados en la financiación publicitaria. Y esas mismas empresas de comunicación no podrán sobrevivir en su forma actual sin vender audiencias a los anunciantes como han hecho hasta ahora. Los recortes de personal, cierres y movimientos en el sector son la prueba de que ya no hablamos de un futuro incierto, sino de un cambio en el presente.
Los responsables de muchos de estos media parecen empeñados en emular al capitán del Titanic, ese barco que iba a hundir ni Dios. Se hundirán con su nave antes que corregir el rumbo, por mucho que esta vez sí estén avisados de la presencia del iceberg.
La última superviviente del naufragio murió la semana pasada.
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